jueves, 10 de marzo de 2011

CRONOCAOS - INSTALACIÓN DE OMA EN LA BIENAL DE VENECIA

El otro día me encontré con este artículo y me pareció muy interesante, realmente me gusta mucho como piensa Koolhaas y vale la pena leer lo que escribe.

La instalación de OMA analiza una serie de casos de preservación de los siglos XX y XXI, con todas sus paradojas, junto con varios proyectos del grupo en sus treinta y cinco años de trayectoria, proyectos que han aportado nuevas definiciones sobre la idea de preservación, en ocasiones entendida como acción retroactiva.
Nosotros, los arquitectos, que transformamos el mundo, nos hemos mostrado indiferentes u hostiles ante las diversas manifestaciones de la preservación. Desde la Bienal de de 1981, que Paolo Portoghesi dirigió bajo el titulo de “La presencia del pasado”, casi no se ha prestado atención a la preservación.
Desde un principio, OMA y AMO se obsesionaron con el pasado. La idea principal de este pabellón era mostrar veintiséis proyectos que nunca habían sido presentados como un corpus de trabajo relacionado con el tiempo y la historia. En este salón, mostramos los escombros documentales de estos esfuerzos. 2010 es la perfecta intersección de dos tendencias que hasta ahora “desteorizan” las implicancias para la arquitectura: la ambición de una fuerza de trabajo global de la “preservación” que intenta rescatar espacios cada vez mayores en el planeta, y el - ¿correspondiente?- furor global por eliminar todas las pruebas de la arquitectura de posguerra como proyecto social. En el segundo espacio, mostramos la desgarradora simultaneidad de la preservación y destrucción que aniquila cualquier sentido de evolución lineal del tiempo. Los dos espacios juntos documentan nuestro período demarcado CRONOCAOS.
Inserta en fuertes olas de desarrollo que parecen transformar el planeta a una velocidad cada vez mayor, existe otra clase de transformación en marcha: un crecimiento exponencial de la zona del mundo declarada inmutable a lo largo de varios regímenes de preservación. Una gran parte del planeta (alrededor de un 12%) se encuentra ahora prohibida, sujeta a regímenes que no conocemos, en los que no hemos pensado detenidamente y sobre todo no podemos influir. En este momento de apoteosis furtiva, la preservación no sabe bien qué hacer con su nuevo imperio. Mientras que la magnitud y la importancia de la preservación aumentan cada año, la ausencia de una teoría y la falta de interés por este territorio aparentemente remoto se vuelven peligrosas. Después de pensadores como Ruskin y Viollet – le – Duc, la arrogancia de los modernistas convirtió al preservasionista en una figura trivial e irrelevante. A pesar de su supuesto interés en el pasado, al posmodernista no le fue mejor. En la actualidad casi no existen ideas de cómo negociar la coexistencia entre la transformación radical y el estancamiento radical que es nuestro futuro.

A medida que nos acercamos a un clímax de la preservación, surgen ambigüedades y contradicciones:
- los criterios de selección son, por definición, vagos y elásticos, ya que deben considerar tantas condiciones como hay en el mundo.
- no se puede detener el tiempo, pero no hay consideración dentro del arsenal de preservación sobre cómo deberían manejarse estos efectos, o de qué manera lo “preservado” puede seguir vivo, y continuar evolucionando.
- hay escasa conciencia sobre cómo las diferentes culturas interpretan la permanencia, o sobre las variaciones de materiales, climas y entornos que en sí mismos demandan métodos de preservación completamente diferentes.
Dentro de su propia ideología tácita, la preservación prefiere ciertas autenticidades, suprime otras - las que representan dificultades políticas – aunque sean cruciales para entender la historia.

Con una desmedida ambición, el intervalo de tiempo entre la construcción nueva y el imperativo de preservar se ha reducido de mil años a casi nada. La preservación pasará de una mirada retrospectiva a una prospectiva, forzada para tomar decisiones para las que no está preparada.
Desde un punto de vista, en gran medida, cultural, la preservación se convierte en una cuestión política, y el patrimonio, en un derecho que, como todos los derechos, es susceptible a corrección política. Habiéndosele otorgado un aura de autenticidad y cuidado, la preservación puede disparar un aumento masivo en el desarrollo. En muchos casos, el pasado se convierte en el único plan para el futuro.
El constante énfasis sobre lo excepcional - aquello que merece ser preservado – genera su propia distorsión. Lo excepcional se convierte en norma. No hay ideas para preservar lo mediocre, lo genérico.
En medio de una oleada global de irritación, hay un género en particular que ha logrado escapar al alcance de la preservación, y a cuya cabeza se le ha puesto precio: la arquitectura social de posguerra. En su apogeo, un fuerte sector público creo las condiciones para que la arquitectura, como proyecto social, pudiera florecer. En su decadencia, una política pública debilitada por el mercado la destruye. Existe ahora un consenso global de que la arquitectura de posguerra –y el optimismo que esta personificaba acerca de la arquitectura de organizar el mundo social –no fue más que un traspié estético e ideológico. Nuestra resignación queda demostrada en la ostentosa arquitectura de la economía de mercado, que posee su propia fecha de vencimiento comercial. Al igual que la modernización, de la cual es parte, la preservación en un invento de Occidente. Pero con el debilitamiento del poder occidental, ya ha dejado de estar en sus manos. Ya no somos nosotros quienes definimos sus valores. El mundo necesita un nuevo sistema capaz de mediar entre la preservación y el desarrollo.
¿Podría existir un equivalente del comercio de derechos de emisión de carbono en la modernización? ¿Es posible que una nación modernizante le “pague” a otra nación para no cambiar? ¿Es posible convertir el atraso en un recurso, como sucede en la selva de Costa Rica? ¿Es deber de China valvar Venecia? El avance de la preservación necesita del desarrollo de una teoría sobre su opuesto: no sobre qué conservar, sino sobre qué ceder, qué borrar y qué abandonar. Un sistema de demolición en etapas, por ejemplo, echaría por tierra la poco convincente pretensión de permanencia de la arquitectura contemporánea, construida bajo diferentes supuestos económicos y materiales. Dejaría a la vista la tabula rasa debajo de la debilitada corteza de nuestra civilización, lista para su liberación una vez que en occidente hayamos dado la idea por imposible.

Fuente: summa + 112

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