A pesar de las críticas que la autora del texto hace respecto del HECA, y las tantas otras que pueden escuchar en cátedras como Materialidad, cuando entré al Hospital (yo fui una de las que intentó sin éxito ver la obra de Rosas) los espacios me encantaron, pero tuve la sensación de que eran "impersonales" uno pasea por las pasarelas del primer piso y podría estar en una Facultad, un Museo, o cualquier otro lugar, a mi parecer, el Heca no tiene una "personalidad" que lo distinga el programa que alberga.
He tenido el placer de escuchar en más de una oportunidad las charlas de Mario Corea Aiello, y realmente su discurso es admirable, y su obra es bellisima, e imagino que en España debe de funcionar muy bien, pero realmente, no creo que espacios como el HECA o CDM Oeste sean para Rosario...
En fin, no voy a seguir opinando, no soy muy buena escribiendo y no tengo tantos conocimientos como para hacerlo, por eso posteo el texto de Alejandra, les recomiendo que lo lean, que visiten el HECA y que, si el oratorio está cerrado aún, pidan que se los abran para ver esta obra....
Un oratorio para no creer en el HECA.
Alejandra Buzaglo
Durante el mes de octubre pasado tuve oportunidad de visitar el taller – casa –museo del escultor mendocino Roberto Rosas en El Bermejo, Guaymallén. Conocía su obra parcialmente, había visto alguna escultura en una galería de arte en Rosario y también a través de publicaciones en papel o por internet. Aquella larga visita fue la apertura no sólo a una obra, también a una filosofía. Cada vez estoy más convencida de que sólo es posible aproximarse al conocimiento de algo o de alguien a partir de la experiencia sensorial directa. Esto parece difícil de sostener por estos tiempos donde lo virtual y el ciberespacio parecen acaparar y hasta colmar las expectativas de tantos. Pero de esta convicción sólo puedo dar cuenta a partir de mi testimonio, tómenlo o déjenlo –pido aquí, si es posible, algo de complicidad a los científicos-.
La atmósfera que envuelve el lugar de habitar y de construir del artista es casi medieval. Un galpón de estructura metálica aparece recubierto de infinitos detalles, rostros en los muros, animales, mensajes, algunos ocultos, otros explícitos. Y el metal, el hierro, material predominante elegido para dar forma a su obra figurativa, expresionista, simbólica y en ocasiones surrealista, es llevado hasta sus límites, explorando tan al extremo la gravidez que es capaz de tornarlo ingrávido, etéreo. Con hierro forjado puede transmitir la fragilidad de un ángel, un pájaro o un maizal, todos a punto de moverse ante la más tenue brisa. De algo de esto podríamos disfrutar los rosarinos. La obra de Rosas, “Sol en el maizal”, está emplazada en el oratorio del hospital de emergencias Dr. Clemente Álvarez, en el primer piso. “La escultura tiene 9 metros de ancho por 5 de alto y por sus dimensiones puede ser observada desde el exterior del edificio”, así se difundió la noticia en distintos sitios de la Municipalidad de Rosario. Falta aclarar que sólo puede ser observada desde el exterior del edificio: oratorio y escultura incluida están bajo llave.
Varios estudiantes que se sintieron entusiasmados por el relato de mi visita a El Bermejo intentaron ingresar infructuosamente al oratorio: “Está cerrado”. Pero. ¿Cómo, quién lo cierra, por qué, para quién y para qué se construye un espacio para oratorio y se paga por una escultura a un reconocido escultor si permanece cerrado al público? Y no digo cerrado a quienes se acercan por curiosidad o por “amor al arte”, ¿qué pasa con aquellos que necesitan acceder a un espacio de retiro, de reflexión, de búsqueda de consuelo ante la tragedia? o, ¿cuál es sino el sentido real de ese espacio?
El 26 de diciembre, una fecha entre fiestas y fin de semana, decidí visitar el oratorio y, de paso, una obra pública que es orgullo de los rosarinos. Por conversaciones con colaboradores en mis trabajos como Arquitecta, supe que ante emergencias diversas fueron muy bien atendidos, buenas instalaciones, excelente trato. Qué gratificante enterarse que el hospital público está funcionando, nuestro esfuerzo vuelve a la sociedad.
Confieso que conocía la obra de Arquitectura por fotos y desde afuera y la sensación que me provocó estar allí fue contradictoria. Ese edificio era un hospital público y eso estaba muy bien pero a la vez presentaba algunos excesos que resultaban en cierto modo violentos. Varias imágenes atravesaron mi mente, había algo de obsceno en el uso de los materiales y los espacios: demasiadas superficies vidriadas, demasiado acero inoxidable, demasiado revestimiento en madera. Recordé el CMD del sur, el que proyectó el prestigioso arquitecto portugués Alvaro Siza. Los arquitectos tenemos el vicio de mirar hacia arriba y recuerdo los antepechos de una ventana inaccesible, a más de tres metros de altura, de mármol de Carrara –porque el arquitecto necesitaba que aquella raya fuese blanca- y también el uso, en ese mismo edificio público, del travertino romano -que fue traído de Roma, no es por puro nominalismo-. Y vino a ayudarme Jacques Tati y recordé una de sus grandes realizaciones “Play Time” (1) y esa modernidad inhumana, deliberadamente perfecta y por eso mismo, muy costosa, tan cara. Esa era la sensación, a veces sólo el arte puede dar cuenta cabalmente de la realidad, tiene esa capacidad de condensar sensaciones, por eso es tan importante. Y esa sensación no fue aleatoria, estaba estrechamente ligada a la cuestión que nos ocupa: el oratorio y la obra de Rosas.
Efectivamente, el oratorio estaba cerrado con llave. Una puerta perfectamente cuadrada de madera impecable acorde a la lógica rabiosamente moderna de esos espacios, con manija de acero inoxidable, de escala acorde y pulcra como el resto del edificio, era la frontera. “Hasta acá llegan los negros” debería decir el cartel pero dice “Oratorio multicredo”. Nos dicen en una oficina que la llave es manejada por la policía privada: “hablen con ellos”. El encargado de las llaves nos sometió a un interrogatorio: quiénes son, de dónde vienen. Dijo que el ingreso estaba restringido, que la gente destrozaría todo, que ya lo habían hecho con los baños, y que no se explica la violencia de esta gente a las que se les da todo. Recordé esa sensación que tuve al ingresar al hospital que podía equiparase a la violencia. ¿Es posible construir espacios dignos exentos de opulencia?, ¿cómo se administran los fondos públicos?, ¿es más beneficioso el prestigio “for export”?, ¿quién se beneficia? El guardia nos siguió dando explicaciones y agregó que a veces el lugar es abierto por el cura (recordemos que, paradójicamente, se trata de un oratorio multicredo) y otras veces dejan entrar a personas con permiso de visita y que sacan fotos. Invoqué mis derechos a ingresar como ciudadana que paga los impuestos pero no alcanzó. Último recurso: “Dirijo el Área en Derechos Humanos de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario y quiero hablar con quien imparte las órdenes”. Después de algunos llamados vía radio entre el personal de seguridad y no sé quién -porque tengo muchísimas dudas ya que parece que en realidad lo que había dicho fue “Abracadabra”- la puerta, mágicamente, se abrió.
Y ahí estaba magnífica, para la foto, la Arquitectura y la escultura. Una lámina de madera curva genera el espacio para la oración al interior de una caja blanca cerrada lateralmente por dos planos de vidrio. No hay alusión a credo alguno, viene perfecto: todo es tan abstracto como esa arquitectura lo necesita. Más aún, materializa el deseo de todo buen arquitecto moderno: la inexistencia de personas en los espacios. Y el guardia lo entiende tan bien como quien imparte las órdenes: “la gente no entiende, no sabe valorar, rompen todo, hay que mantenerlas afuera”. Mientras sacaba las fotos – porque parece que yo sí entiendo y por eso tengo acceso- noté que la delgada lámina curva de madera estaba hundida, abollada. No han podido ser los negros porque nunca los dejaron entrar, quizás fue en la inauguración, o cuando entró algún entendido. Es que esa arquitectura no resiste a la gente, es para ser vista y mostrada, si es en fotos mejor. Además todo es políticamente muy correcto y merece ser visto, pero desde lejos.
Ahora bien, ¿existe algún lazo entre la búsqueda de abstracción y la violencia? El lenguaje verbal de la violencia también es abstracto. Es necesariamente abstracto porque posibilita despojar lo humano a los seres humanos: negro, judío, homosexual, talibán, subversivo. Así es más fácil eliminarlos, no tienen ningún atributo de humanidad, no tienen nombre, familia, derechos ni sueños.
En el taller– casa –museo del escultor mendocino hay muchas frases para encontrar, están desparramadas por todos lados y con diversos tipos de letra. Una dice: “El arte no puede ser moderno, el arte es eterno. Schele, 1912”. En el jardín de entrada, una escultura de gran dimensión, que se titula “Gran hombre en construcción”, tiene incorporado un texto en aluminio con 20 predicamentos. Entre éstos figuran: "No participaré en asociaciones ilícitas; no atacaré a los más débiles; estableceré reglas claras contra el delito y la estafa: practicaré una aguda autocrítica; seré coherente, tendré convicciones; seré inflexiblemente solidario; seré farsante sólo en la comedia".
La atmósfera que envuelve el lugar de habitar y de construir del artista es casi medieval. Un galpón de estructura metálica aparece recubierto de infinitos detalles, rostros en los muros, animales, mensajes, algunos ocultos, otros explícitos. Y el metal, el hierro, material predominante elegido para dar forma a su obra figurativa, expresionista, simbólica y en ocasiones surrealista, es llevado hasta sus límites, explorando tan al extremo la gravidez que es capaz de tornarlo ingrávido, etéreo. Con hierro forjado puede transmitir la fragilidad de un ángel, un pájaro o un maizal, todos a punto de moverse ante la más tenue brisa. De algo de esto podríamos disfrutar los rosarinos. La obra de Rosas, “Sol en el maizal”, está emplazada en el oratorio del hospital de emergencias Dr. Clemente Álvarez, en el primer piso. “La escultura tiene 9 metros de ancho por 5 de alto y por sus dimensiones puede ser observada desde el exterior del edificio”, así se difundió la noticia en distintos sitios de la Municipalidad de Rosario. Falta aclarar que sólo puede ser observada desde el exterior del edificio: oratorio y escultura incluida están bajo llave.
Varios estudiantes que se sintieron entusiasmados por el relato de mi visita a El Bermejo intentaron ingresar infructuosamente al oratorio: “Está cerrado”. Pero. ¿Cómo, quién lo cierra, por qué, para quién y para qué se construye un espacio para oratorio y se paga por una escultura a un reconocido escultor si permanece cerrado al público? Y no digo cerrado a quienes se acercan por curiosidad o por “amor al arte”, ¿qué pasa con aquellos que necesitan acceder a un espacio de retiro, de reflexión, de búsqueda de consuelo ante la tragedia? o, ¿cuál es sino el sentido real de ese espacio?
El 26 de diciembre, una fecha entre fiestas y fin de semana, decidí visitar el oratorio y, de paso, una obra pública que es orgullo de los rosarinos. Por conversaciones con colaboradores en mis trabajos como Arquitecta, supe que ante emergencias diversas fueron muy bien atendidos, buenas instalaciones, excelente trato. Qué gratificante enterarse que el hospital público está funcionando, nuestro esfuerzo vuelve a la sociedad.
Confieso que conocía la obra de Arquitectura por fotos y desde afuera y la sensación que me provocó estar allí fue contradictoria. Ese edificio era un hospital público y eso estaba muy bien pero a la vez presentaba algunos excesos que resultaban en cierto modo violentos. Varias imágenes atravesaron mi mente, había algo de obsceno en el uso de los materiales y los espacios: demasiadas superficies vidriadas, demasiado acero inoxidable, demasiado revestimiento en madera. Recordé el CMD del sur, el que proyectó el prestigioso arquitecto portugués Alvaro Siza. Los arquitectos tenemos el vicio de mirar hacia arriba y recuerdo los antepechos de una ventana inaccesible, a más de tres metros de altura, de mármol de Carrara –porque el arquitecto necesitaba que aquella raya fuese blanca- y también el uso, en ese mismo edificio público, del travertino romano -que fue traído de Roma, no es por puro nominalismo-. Y vino a ayudarme Jacques Tati y recordé una de sus grandes realizaciones “Play Time” (1) y esa modernidad inhumana, deliberadamente perfecta y por eso mismo, muy costosa, tan cara. Esa era la sensación, a veces sólo el arte puede dar cuenta cabalmente de la realidad, tiene esa capacidad de condensar sensaciones, por eso es tan importante. Y esa sensación no fue aleatoria, estaba estrechamente ligada a la cuestión que nos ocupa: el oratorio y la obra de Rosas.
Efectivamente, el oratorio estaba cerrado con llave. Una puerta perfectamente cuadrada de madera impecable acorde a la lógica rabiosamente moderna de esos espacios, con manija de acero inoxidable, de escala acorde y pulcra como el resto del edificio, era la frontera. “Hasta acá llegan los negros” debería decir el cartel pero dice “Oratorio multicredo”. Nos dicen en una oficina que la llave es manejada por la policía privada: “hablen con ellos”. El encargado de las llaves nos sometió a un interrogatorio: quiénes son, de dónde vienen. Dijo que el ingreso estaba restringido, que la gente destrozaría todo, que ya lo habían hecho con los baños, y que no se explica la violencia de esta gente a las que se les da todo. Recordé esa sensación que tuve al ingresar al hospital que podía equiparase a la violencia. ¿Es posible construir espacios dignos exentos de opulencia?, ¿cómo se administran los fondos públicos?, ¿es más beneficioso el prestigio “for export”?, ¿quién se beneficia? El guardia nos siguió dando explicaciones y agregó que a veces el lugar es abierto por el cura (recordemos que, paradójicamente, se trata de un oratorio multicredo) y otras veces dejan entrar a personas con permiso de visita y que sacan fotos. Invoqué mis derechos a ingresar como ciudadana que paga los impuestos pero no alcanzó. Último recurso: “Dirijo el Área en Derechos Humanos de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Rosario y quiero hablar con quien imparte las órdenes”. Después de algunos llamados vía radio entre el personal de seguridad y no sé quién -porque tengo muchísimas dudas ya que parece que en realidad lo que había dicho fue “Abracadabra”- la puerta, mágicamente, se abrió.
Y ahí estaba magnífica, para la foto, la Arquitectura y la escultura. Una lámina de madera curva genera el espacio para la oración al interior de una caja blanca cerrada lateralmente por dos planos de vidrio. No hay alusión a credo alguno, viene perfecto: todo es tan abstracto como esa arquitectura lo necesita. Más aún, materializa el deseo de todo buen arquitecto moderno: la inexistencia de personas en los espacios. Y el guardia lo entiende tan bien como quien imparte las órdenes: “la gente no entiende, no sabe valorar, rompen todo, hay que mantenerlas afuera”. Mientras sacaba las fotos – porque parece que yo sí entiendo y por eso tengo acceso- noté que la delgada lámina curva de madera estaba hundida, abollada. No han podido ser los negros porque nunca los dejaron entrar, quizás fue en la inauguración, o cuando entró algún entendido. Es que esa arquitectura no resiste a la gente, es para ser vista y mostrada, si es en fotos mejor. Además todo es políticamente muy correcto y merece ser visto, pero desde lejos.
Ahora bien, ¿existe algún lazo entre la búsqueda de abstracción y la violencia? El lenguaje verbal de la violencia también es abstracto. Es necesariamente abstracto porque posibilita despojar lo humano a los seres humanos: negro, judío, homosexual, talibán, subversivo. Así es más fácil eliminarlos, no tienen ningún atributo de humanidad, no tienen nombre, familia, derechos ni sueños.
En el taller– casa –museo del escultor mendocino hay muchas frases para encontrar, están desparramadas por todos lados y con diversos tipos de letra. Una dice: “El arte no puede ser moderno, el arte es eterno. Schele, 1912”. En el jardín de entrada, una escultura de gran dimensión, que se titula “Gran hombre en construcción”, tiene incorporado un texto en aluminio con 20 predicamentos. Entre éstos figuran: "No participaré en asociaciones ilícitas; no atacaré a los más débiles; estableceré reglas claras contra el delito y la estafa: practicaré una aguda autocrítica; seré coherente, tendré convicciones; seré inflexiblemente solidario; seré farsante sólo en la comedia".
(1) NOTA:
Para los que, como yo, no conocen a Jacques Tati y ni a su film "Play Time", les dejo un video, aún no he podido ver la película completa, pero realmente los espacios en los que transcurren asimilan bastante al Heca y a varios espacios modernos de hoy en día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario